Por: Fernanda Mata

Hubo una vez una isla donde habitaban todas las emociones y todos los sentimientos humanos que existen. Convivían, por supuesto, el Temor, la Sabiduría, el Amor, la Angustia, la Envidia, el Odio. Todos estaban allí. A pesar de los roces naturales de la convivencia, la vida era sumamente tranquila e incluso previsible. A veces la Rutina hacía que el Aburrimiento se quedara dormido, o el Impulso armaba algún escándalo, pero muchas veces la Constancia y la Conveniencia lograban aquietar al Descontento, en fin…

Un día, inesperadamente para todos los habitantes de la isla, la Sabiduría convocó una reunión y les dijo: -Tengo una mala noticia que darles: la isla se hunde.

Todas las emociones que vivían en la isla dijeron: – ¡No, cómo puede ser! ¡Si nosotros vivimos aquí desde siempre!

La Sabiduría repitió: -La isla se hunde.

¡Pero no puede ser! ¡Quizá estás equivocado! Se oían murmullos…

La Sabiduría casi nunca se equivoca dijo la Conciencia, dándose cuenta de la verdad. -Si él dice que se hunde, debe ser porque se hunde. ¿Pero qué vamos a hacer ahora? -se preguntaron los demás.

Entonces, la Sabiduría contestó: – Cada uno puede hacer lo que quiera, pero yo les sugiero que busquen la manera de dejar la isla… Construyan un barco, un bote, una balsa o algo que les permita irse, porque el que permanezca en la isla desaparecerá con ella.

¿No podrías ayudarnos? preguntaron todos, porque confiaban en su capacidad.

No -dijo la Sabiduría-, la Previsión y yo hemos construido un avión y en cuanto termine de decirles esto volaremos hasta la isla más cercana.

Dicho esto, la Sabiduría se subió al avión con su socia, y llevando de polizón al Miedo, que, como no es tonto, se había escondido en el motor. Dejaron la isla.

Todas las emociones, en efecto, se dedicaron a construir un bote, un barco, un velero… Todas… salvo el Amor.

Porque el Amor estaba tan relacionado con cada cosa de la isla que dijo: -Dejar esta isla… después de todo lo que viví aquí… ¿Cómo podría yo dejar este arbolito, por ejemplo? Ah…, compartimos tantas cosas…

Y mientras las emociones se dedicaban a fabricar el medio para irse, el Amor, quiso pensar con esa ingenuidad que de pronto se le desborda: “Quizá la isla se hunda por un ratito… y después resurja… ¿Por qué no?” Y se quedó durante días y días midiendo la altura de la marea para revisar si el proceso de hundimiento no era reversible pero la isla se hundía cada vez más…

Fue entonces que se le ocurrió que la isla era muy grande, y que aun, cuando se hundiera un poco, él siempre podría refugiarse en la zona más alta… Cualquier cosa era mejor que tener que irse. Una pequeña renuncia nunca había sido un problema para él. Nada funcionaba y, la isla se hundía cada día un poco más… cansado de buscar alternativas y a tono de reproche dice -Después de tantas cosas que pasamos juntos…

El Amor se dio cuenta de que la isla se estaba hundiendo de verdad. Comprendió que, si no la dejaba, desaparecería para siempre de la faz de la Tierra…

Caminando entre senderos anegados y saltando enormes charcos de agua, se dirigió a la bahía.

Ya no había posibilidades de construirse una salida como la de todos; había dejado pasar oportunidades en negar lo que perdía y en llorar lo que desaparecía poco a poco ante sus ojos.

Desde allí podría ver pasar a sus compañeros en las embarcaciones. Tenía la esperanza de explicar su situación y de que alguno de ellos le comprendiera y le llevara.

Observando el mar, vio venir el barco de la Riqueza y le hizo señas. La Riqueza se acercó un poquito a la bahía. El Amor lo aborda y le dice: -Riqueza, tú que tienes un barco tan grande, ¿no me llevarías hasta la isla vecina? Yo sufrí tanto la desaparición de esta isla que no pude fabricarme un bote…

Y la Riqueza le contestó: -Estoy tan cargada de dinero, de joyas y de piedras preciosas, que no tengo lugar para ti, lo siento… y siguió su camino sin mirar atrás.

El Amor siguió observando, y vio venir a la Vanidad en un barco hermoso, lleno de adornos, caireles, mármoles y florecitas de todos los colores. Llamaba mucho la atención.

El Amor se estiró un poco y gritó: – ¡Vanidad… Vanidad… Llévame contigo!

La Vanidad miró al Amor y le dijo: -Me encantaría llevarte, pero… ¡Tienes un aspecto!… ¡Estás tan desagradable… tan sucio y tan desaliñado!… Perdón, pero creo que afearías mi barco y se fue. Y así, el Amor pidió ayuda a cada una de las emociones. A la Constancia, a la Serenidad, a los Celos, a la Indignación y hasta al Odio. Y cuando pensó que ya nadie más pasaría, vio acercarse un barco muy pequeño, el último, el de la Tristeza. Tristeza, hermana -le dijo-, tú que me conoces tanto, tú no me abandonarías aquí, eres tan sensible como yo ¿Me llevarías contigo? Y la Tristeza le contestó: -Yo te llevaría, te lo aseguro, pero estoy taaaaaaaaan triste… que prefiero estar sola. -Y sin decir más, se alejó.

Y el Amor, pobrecito, se dio cuenta de que por haberse quedado ligado a esas cosas que tanto amaba, él y la isla iban a hundirse en el mar hasta desaparecer.

Entonces, se sentó en el último pedacito que quedaba de su isla a esperar el final…

De pronto, escuchó que alguien chistaba: -Chst-chst-chst…

Era un desconocido viejito que le hacía señas desde un bote de remos. El Amor se sorprendió: ¿A mí? -preguntó, llevándose una mano al pecho. Sí, sí -dijo el viejito-, a ti. Ven conmigo, súbete a mi bote y rema conmigo, yo te salvo. El Amor le miró y quiso darle explicaciones: “Lo que pasó fue que me quedé…” Entiendo -dijo el viejito sin dejarle terminar la frase-, sube.

El Amor subió al bote y juntos empezaron a remar para alejarse de la isla. No pasó mucho tiempo antes de ver cómo el último centímetro que quedaba a flote terminó de hundirse y la isla desaparecía para siempre. “Nunca volverá a existir una isla como ésta” -murmuró el Amor, quizá esperando que el viejito le contradijera y le diera alguna esperanza. No -dijo el viejo- como ésta, ninguna.

Cuando llegaron a la isla vecina, el Amor comprendió que seguía vivo. Se dio cuenta de que iba a seguir existiendo.

Giró sobre sus pies para agradecerle al viejito, pero éste, sin decir una palabra, se había marchado misteriosamente como había aparecido.

Entonces, el Amor, muy intrigado, fue en busca de la Sabiduría para preguntarle: – ¿Cómo pudo ser? Yo no lo conozco y me salvó… Nadie comprendía que me hubiera quedado sin embarcación, pero él me ayudó, él me salvó y yo ni siquiera sé quién es…

La sabiduría lo miró a los ojos un buen rato y dijo: –Él es el único capaz de conseguir que el amor sobreviva cuando el dolor de una pérdida le hace creer que es imposible seguir adelante. El único capaz de darle una nueva oportunidad al amor cuando parece extinguirse. El que te salvó, Amor, es el tiempo.

 

Pido aplauso, pero un aplauso  prolongado, de pie, estruendoso y un bravo con voz eufórica, cual papá al terminar la presentación de su hijo en la asamblea escolar pues, Jorge Bucay médico, psico-dramaturgo, terapeuta gestáltico y escritor argentino quién con esta historia, nos invita a hacer un cambio de fusibles emocionales para dar paso al encendido de una reinterpretación de la espera paciente y la certeza, pues muchas veces el amor se ve comprometido por la aferrante idea de alterar su presente porque “todo lo puede” y en otras ocasiones por la incertidumbre y la desesperación desconociendo que el gran aliado de él es el tiempo. Nos dice fríamente que no todo es AMOR, por lo menos desde donde lo que queremos ver siempre, desde el “todopoderoso”, desde el ciego, desde el desequilibrado o desde el inequívoco no, no todas las respuestas están en él. El amor no solo es la buena intención, no es el “rey” sino que, Bucay nos hace saber, que si el amor no va acompañado de la sabiduría del tiempo, no habrá nuevas oportunidades de rediseñar una nueva historia y dejar atrás otras…

El tiempo es sabio y sí, a veces es larga la espera para que pase un mal episodio, te mantiene en suspenso, es impredecible, pero tiene la gran cualidad de tener la certeza que lo que pasa hoy, lo que sientes hoy, las circunstancias, tribulaciones o situaciones de tu HOY, también pasaran. Escuché por ahí que el tiempo es paciente, es impermanente pues, nada de lo que hoy gozas o no, está asegurado para mañana y estar consciente de ello, hace que puedas disfrutar el presente y la tranquilidad que te da saber que tu realidad actual es parte de esa impermanencia y que no van a estar allí siempre y esto, mis queridos, es oro puro, pues nos da una paz enorme.

Y esto no es una invitación a disfrutar tu dolor o sonreírle a la tragedia, sino tener entendimiento de lo pasajero que es TODO, desde la abundancia en todo su esplendor, hasta el fracaso; desde lo que el amor no puede resolver por propia voluntad hasta que permitir que el tiempo haga lo suyo.

No nos tiremos al drama, somos una página en reconstrucción y no todo el libro llamado vida, solo son capítulos minúsculos que, sin duda, darán paso a nuevos capítulos dejando en el pasado a los anteriores. No minimizo la historia de tu “hoy” sino maximizo la templanza que se debe tener para aceptarlo y reconocer lo transitorio que es eso y el coraje que impulse a tu boca a decir: no todo es amor, no todo se resuelve fortuitamente con tenerlo o darlo, sino que el tiempo, el tiempo y solo el tiempo, es una parte del amor visto desde la más lucida y paciente espera.

No sé tú, pero me declaro fan de la sabiduría del tiempo.