¿Pueden imaginar a una persona que no entienda el sentido figurado? Que frases como: cómete tus propias palabras, las tomen de manera literal, supongo que no consideramos que pueda existir alguien así. Pues bien, para las familias que vivimos con un familiar dentro de espectro autista, esta es una realidad que vivimos día a día y una muy difícil.
Por eso esta columna se llama ¨En el mundo literal¨ ya que esta característica tan propia de una persona con autismo y mayormente Síndrome de Asperger, es sin duda una de las que más acentúa dicha condición. En estos textos que vamos a compartir abordaremos el tema desde la perspectiva de unos padres y de cómo hemos enfrentado cada reto de esta aventura llamada autismo.
Nuestra historia inicia como la de cualquier pareja que se estrena como padres, tenemos un hijo de nombre Iván que amamos, aparentemente sano, nunca fue un bebé que llorara mucho y de hecho antes del mes ya dormía toda la noche, así que estábamos felices con este pequeño que era tan tranquilo.
Los primeros dos años todo pareció ir normal, caminó a la edad esperada, por lo menos eso fue lo que nos dijeron, ya que al ser padres primerizos no teníamos referencia alguna de los tiempos en su desarrollo; las diferencias comenzaron cerca de los tres años, fue como si de pronto hubiera entrado en una etapa de estancamiento, que de inicio no la percibimos; No hablaba, solo apuntaba a lo que quería, no podía dejar el pañal y se entretenía con juegos muy diferentes al vecinito que tiene su edad.
Mientras el vecinito hablaba de manera fluida, jugaba a patear la pelota y seguía indicaciones, nuestro hijo parecía que no escuchaba, si le lanzábamos la pelota, ni siquiera la veía, pasaba horas alineando cochecitos por color o por tamaño, era muy común encontrar aquel alfabeto del refrigerador alineado por colores o formando líneas.
En ocasiones parecía muy ensimismado, pero en otras era un torbellino que corría de un lado a otro, difícil de controlar, bañarlo, cortarle el pelo, lograr que durmiera, eran tareas titánicas; en contraste había otras características que nos sorprendían mucho, como el que le gustaba armar rompecabezas, lo hacía en muy pocos minutos, luego ese reto ya no bastó para el y revolvía las piezas de dos rompecabezas para luego armarlos de manera simultanea; en otra ocasión se mostró muy interesado en la computadora, a nosotros nos pareció divertido y lo dejamos para ver que tanto podía hacer un niño de 3 años; para nuestra sorpresa Iván comenzó a cerrar y abrir ventanas con una facilidad que asustaba.
A pesar de todas estas señales, nosotros nos resistíamos a pensar en Iván como un chico diferente a los demás, tal vez por nuestra condición de padres primerizos, aunque ya nos habíamos percatado de la diferencia con el vecinito de su edad.
Fue cuando entró al jardín de niños y se hizo muy evidente para los maestros que algo sucedía, Iván seguía usando pañal, ensimismado, incontrolable e incapaz de socializar con sus compañerito o seguir instrucciones.
En ese momento entendimos que algo ocurría con nuestro hijo, aunque aún no sabíamos exactamente qué y a partir de ahí iniciamos un largo peregrinar, pasarían muchos años antes de tener el diagnostico correcto de nuestro hijo.