Por: Angélica Valle

Compaginar la vida pública con la vida privada equivale a conocer el punto de equilibrio entre una y otra, porque en ello no hay una línea o frontera que las divida.

Esto sucede cuando la persona en cuestión es autoridad, funcionario público, artista, un renombrado empresario o simplemente alguien que destaca por una cualidad… hoy también por convertirse en influencer. (Persona que tiene presencia y credibilidad en redes sociales).

¿A qué viene ese comentario? A que, precisamente, las personas que se encuentran en una posición pública, a la que se vuelven todos los reflectores, y la población está pendiente de lo que dice, hace, cuál es su outfid, casi, casi hasta cuántas veces se baña, suele pensar que entre su vida pública y la privada hay una muralla que no deja ver lo que no quiere difundir.

O muchas veces difunde cuestiones privadas para lograr un objetivo público… su estrategia es hacer comunicación adjetiva, aquella que surge en torno de las actividades habituales.

Y eso es lo que quiero creer, que el trillado tema de que, si fue legal o no el que el gobernador y su esposa llevaran a un bebé del DIF Capullos a su casa durante un fin de semana, fue eso una estrategia de comunicación, pero mal planeada.

Si al final de cuentas lo que se quiere es modificar el proceso de adopción de los pequeños que residen en ese centro, si lo que se busca es realmente protegerlos en un hogar, para qué tanto “tinglado”, para qué tanto espectáculo por ser influencer.

Cuando se quiere dar amor se da y no se publica, se demuestra y muchas veces en silencio es mejor.

Cuando se busca cambiar procesos legales o gubernamentales, se declara y se define lo que se pretende… pero es un error grave tratar de crear una estrategia de comunicación bajo el argumento de dar amor -sobre todo a un bebé- y de paso difundirlo en redes sociales como si fuera parte de su vida privada.

En este caso hasta la muralla China se cae.