SINTONÍA FM -Comunicación para la vida-
Por: Fernanda Mata
¡Hagamos música!
Hoy es uno de esos días en que me siento pianista, donde le cedo los derechos al instinto, a mis dedos los dejo fluir en el teclado y dejo que el corazón haga lo propio para que juntos, hagan su composición.
Hoy desperté melancólica y reflexiva, más de lo normal; amanecí con esa sensación de dar un paseo por mi memoria, de ponerle nombre a cada experiencia y lo que ha pasado de un virus para acá, es decir, estos casi dieciocho meses donde el mundo se detuvo, donde las emociones se dispararon, donde estuvimos inmersos en situaciones y sensaciones insólitas; viviéndolo, interpretándolo y experimentándolo de manera distinta cada uno de nosotros, evidentemente de nuestra reinterpretación de los acontecimientos/sentimientos.
¿Quién lo iba a imaginar?, a esta generación le tocó vivir una pandemia y a las futuras, recordarla en sus libros de historia. Sin duda un episodio impactante, doloroso, desconocido y que nos lanzó miles de retos e invitaciones. La pregunta es: ¿cuántas de ellas aceptaste? ¿cómo las aceptaste? ¿cómo las adaptaste? ¿qué te dejaron? e incluso ¿qué te quitaron? Sin duda, a cada uno le impactó distinto porque como dice aquella frase que le escuché decir a JA, un amante del Desarrollo Humano: “No percibimos el mundo que describimos, describimos el mundo que percibimos” ¡Qué razón tiene JA! Porque no podemos entender, ni leer, ni descifrar nada de este mundo sin que haya una reinterpretación individual por cómo nosotros vemos a la vida, misma que se da por el cúmulo de experiencias/enseñanzas aprendidas por el pasar de ella. Entonces es cierto, por la construcción de lo todo lo que soy, será el significado que le daré a cada situación que se me presente. A veces pudiera parecer más simple de lo creemos; escuché un día decir a una persona: “No es que la vida te dé tristezas, no es que la vida te dé alegrías; la vida te da situaciones que tú las reinterpretas como tristezas o alegrías, como oportunidades o fracasos”. La frase me hizo sentido, por ello, es válido hacer ese recuento del que te hablo, para darle nombre a esta vorágine de cosas que nos pasaron en estos meses y encontrar el sentido del porqué y el para qué llegaron y se estacionaron en nuestra cochera. ¿Qué haré con ellas? ¡He ahí el gran dilema!
Imagínate en la concina, sentado en la mesa, con mamá sirviendo tu plato, después calentando las tornillas en la hornilla… te pasa una calientita calientita; tú la tomas, te quemas, la avientas, soplas, te esperas a que enfríe un poco y luego de ello, la tomas de nuevo, le pones su respectiva sal, la haces rollito y a remojarla en el guiso para después comerla. ¿Te hace sentido esto o solo desperté tu hambre? Sigamos pues…
Haciendo una comparativa con sus debidas proporciones, sería interesante entender que el mundo entero vivió lo mismo, que la tortilla caliente llegó de imprevisto para todos sin saber qué hacer, nos quemó y la soltamos. Y si bien es cierto, existe un mismo hecho mundial que marcó un comportamiento general de esta condición tan “pandémica”, la concepción del mismo fue diferente. Y es que a todos nos tocó irnos a casa y comenzar una re adaptación de los espacios, nuestro reloj se desconfiguró, fue necesario establecer nuevas reglas de convivencia porque estábamos todos juntos 24/7; empezamos a ver cómo el número de contagiados crecía desmesuradamente, los fallecidos eran una estadística diaria muy cruel e incrédulamente difícil de asimilar, las calles estaban vacías, la pérdida de empleos fue en acenso; el miedo, el agobio y la incertidumbre crecía cada que se extendía el plazo de la cuarentena porque cada vez que ocurría, se hacía más lejano el fin de todo esto; se inventaba un nuevo lenguaje que se volvió universal con frases y palabras como: COVID-19, nueva normalidad, cuarentena, sana distancia, toma de temperatura, uso de cubre bocas, gel antibacterial, antígenos, vacuna, primera dosis, virus, etc. y junto con todo esto vinieron también los efectos colaterales como el aumento en las estadísticas por violencia doméstica, los problemas de alimentación comenzaron a trastocarnos, las alteraciones en nuestra salud emocional entraron a nuestra habitación sin pedir permiso ¡tan invasivas y maleducadas que son la ansiedad y el estrés! y entonces sentimos el “sape” en la cabeza como indicador que había de despertar y tomar acciones para hacer más llevadero nuestro presente que parecía sacado de una película del fin del mundo.
…Pasaron los meses y fuimos entendiendo el comportamiento del virus por tanto empezamos a tomar medidas distintas, el camino vislumbraba más claridad, nos familiarizamos más con esta “nueva forma de enfrentar y vivir la vida” y es ahí donde dejamos enfriar la tortilla y la vimos ya no como un enemigo quemando mis manos sino como el mejor compañero de un rico plato hecho por mamá.
Permíteme ser muy puntual en que el ejemplo de la tortilla; no está relacionada en sí con la pandemia, porque no puedo colocar en una misma idea las dimensiones que el dolor y la pérdida frente a este hecho, tuvieron; me refiero al o los momentos donde la vida rompe con su propia monotonía, troza el cordón de la zona de confort y nos obliga a migrar a una experiencia nueva y desconocida y con ello, poner a prueba nuestra capacidad que no se habían puesto en práctica.
Dicho esto, déjame compartirte un poco mi composición, mi propia interpretación de lo que hizo en mí este periodo donde guardé sana distancia social no solo física, sino sana distancia de pensamiento negativo o equivocado, de acción destructiva y de hábitos no funcionales y del nombre que le puse a cada capítulo en el que viajé en tiempos de pandemia. La haré corta ¡lo prometo!
-Incertidumbre: es tan simple como “el no saber qué va a pasar” y tan rudo y difícil como sentirlo en cada despertar.
-Miedo: fue un momento muy específico y el parteaguas de este artículo donde sentada en mi escritorio del “home office” me llevé las manos a la cabeza, acto seguido empecé llorar sin consuelo y en mi pensamiento retumbaba “no me quiero morir” “no quiero dejar a mi hija sola” ;evidentemente habían sido días complicados donde no conocía de horarios, donde debían estar disponibles mi paciencia, mi creatividad, mi tiempo, mi atención y mi liderazgo en todo momento porque así lo demandaba mi trabajo; el encierro comenzó a hacer estragos, se dispararon mis ganas de fumar y comer, mala combinación para un diabético.
-Resiliencia: definitivamente todo llegó en su justo momento, ahora debía poner en práctica todo ese entrenamiento que por años me he dedicado a ponerle especial atención, se trata de la salud emocional. No lo hice sola, empecé a buscar aliados para tomarme de su mano. Sin duda mi familia fue mi principal aliciente pues mi vida, no la concibo sin ellos, sin embargo, me debo dar a mí primero para permearlo en los demás. Fue cuando me puse en “estado en receptivo” y tomé acción en cada piedrita que consideraba me pudiera llevar a un camino que no era el visualizado. Comencé a aceptar y adaptar mi nueva la realidad, disfrutar el tiempo con mi familia que, dicho sea de paso, es lo que más amé en tiempo juntos, comer con ellos, cocinar con ellos, jugar con ellos, estar con ellos, fue el disfrute más hermoso y que por la dinámica familiar donde papá y mamá trabajan, no lo habíamos podido gozar y finalmente, entrar en complicidad conmigo misma fue uno de los arreglos armónicos más bellos que puede palpar.
Amor propio: este es el coro de mi canción; desperté y pulí con otras herramientas a mi corazón. Cuidar mi salud integral era imperativo, modificarla de la manera más honesta era la opción, debía “mochar” de tajo cada kilo que pesaba en mi cuerpo, en mi mente y espíritu y así lo hice.
Perdón y agradecimiento: cambié la graduación de mis lentes, les puse un poco más de honestidad, empatía; les quité juicio, dolor y muchas preguntas sin respuestas. Cambie el armazón por uno más suave pero sumamente resistente. Quizá uno de los regalos más hermosos que me di fue dejar de latigarme por equivocaciones pasadas, dejar de crucificarme a mí o a los demás y abandonarme en lo que me haga irme a dormir tranquila por las noches. Ya lo decíamos en nuestra plática pasada, la memoria del corazón vale la pena conservarla en el perdón y agradecimiento. Y qué bien se siente llevar la mochila más ligera, con herramientas más elegidas y menos victimizadas.
En resumidas cuentas, la música que hoy dirige mis pasos, está basada en la calma que me da constatar mi amor por la vida y la alegría que esto desencadena, así como en el juego de las escondidas, cuando el último niño en encontrar burlaba todo obstáculo hasta llegar a la base y gritar cual empoderado salvador: un dos tres por mí y todos mis amigos, pues así mismo me sentí cuando, mirándome en el espejo, era como gritar “un .. dos.. tres por la vida que estaba escondida detrás del miedo; por mí que estaba escondida detrás de la falsa confianza e inseguridad y por todos mis aliados que estaban detrás de mí esperando ser encontrados. Bajo esta armonía construí mi canción, mis versos eran la conjunción de lo que había encontrado de un “virus para acá” y le hice caso a los retos e invitaciones que me lanzaron y, el coro ¡uff! El coro lo canto a diario cuando me siento feliz por hacer y estar donde soy tan yo, donde canto, creo, sirvo, rezo, juego, bailo, invento, cocino, trabajo, corro… donde abrazo, perdono, agradezco y donde dejo que lo hagan conmigo también.
Te invito entonces a que hagamos música juntos. ¿Te animas?, puedes iniciar con una técnica infalible. Usa de pretexto la terapia de escribir y deja que tus dedos también fluyan como pianista. Está comprobado que la escritura terapéutica es una práctica que, sustentada en la psicología, tiene que ver con una necesidad sentida de expresar la emoción a través de herramientas que “envalentonan” a la persona cuando verbalmente no se puede, ayuda a hacer conscientes los pensamientos y los sentimientos y es una técnica sumamente poderosa y liberadora.
¡Haz música!, que cada hoja sea ese lienzo en blanco donde te vacíes las veces que sean necesarias cual refresco refill en un buffet; no importa cuántas libretas salgan, úsalas como un pentagrama donde cada historia sea la creación de una nueva canción.
Escribir potencia el poder del compromiso y los acuerdos “de mí para mí” y esos son regalos mágicos. No hay mejor confidente que uno mismo, no hay mejor juez que uno mismo, así que intenta hacerlo y disfrutarlo, descubre qué dejó en ti este episodio de encierro, ponle nombre a cada emoción que pasó por cuerpo y tu alma.
Gracias por leerme en estas líneas y me encantaría poder ser partícipe de las tuyas, así dejo disponible un espacio para retroalimentarnos o simplemente si quieres compartirme algo, mi página de Facebook SINTONÍA FM Comunicación para la vida, ahí encontrarás éste y todos los artículos hechos para ti, para mí y para todo el quiera estar en la misma frecuencia.