Angélica Valle
Los mensaje de campaña de un político mexicano suelen ser comprometedores, llenos de buenos deseos y parabienes para todo la población.
En ellos van todas las intenciones para los ciudadanos que, confiados en que «ahora las cosas si van a cambiar», otorgan su voto al candidato más persistente, al que no cambia su discurso y repite, repite y vuelve a repetir sus promesas de campaña.
Administraciones van, administraciones vienen; hay transición se va el gobernante de un partido por desgastado, incumplido o mentiroso, y llega otro lleno de virtudes, promesas y compromisos.
Muchos llegan con una aureola de seres inmaculados, aunque parezca increíble, para muchos considerados como un Dios.
El cambio de trienios, sexenios, -no hay distinción entre gobiernos municipales, estatales o federales- siguen siendo iguales, todos hablan de que harán las cosas diferentes, que se desempeñaran en beneficio de la sociedad.
Sin embargo, -el pero de siempre- ¿qué sucede con nuestras autoridades? ¿qué sucede con nosotros mismos como sociedad? ¿por qué seguimos creyendo aún cuando nos desencantan del cuento de las campañas? ¿cuándo vamos a aprender?
Pero sobre todo, cuándo vamos a reaccionar y dejar que las autoridades insistan en refrendar su verdad – «Me canso ganso» y simplemente terminan cayendo en sus propias mentiras -«Porque de lengua me como un taco»-.