Por: Luz Aurora Fierro Beltrán
—¿Te tocó estar en casilla? ¡Qué lástima!—. Fue la respuesta general al saber que estaría como funcionaria en las elecciones 2021, las más grandes de este tiempo en México. Ninguna felicitación. Era mi primera vez y tal vez la última oportunidad de participar, así que acepté.
El domingo 6 de junio nos citaron a las 7:00. Preparo lo que calculo pueda necesitar, lo menos posible, aunque no cedo a la tentación de llevarme una brocha y un polvo cosmético, que por supuesto nunca saqué de la bolsa. Reviso que el domingo la temperatura rondará los 39. Decido que mi mejor peinado es el cabello recogido porque, con el calor, mi cabeza se vuelve un paraíso tropical, así que me protejo para no perder la compostura.
Llegamos con tiempo, algunos ayudan a bajar material, pero no debemos hacer nada más hasta que la presidenta inicia la instalación, en punto de las 7:30. A esa hora llegó nuestro primer votante.
La indicación es que las casillas deberían abrir a las 8:00 y pienso que tal vez quienes disponen los horarios no han medido el tiempo de personas inexpertas armando cajas y acomodando mesas ¡todo en media hora! Además, en casos como Nuevo León se trataba de cuatro elecciones que en esta casilla implicó contar casi 3200 papeletas.
Mientras tanto, la fila crece. En el simulacro de hace unas semanas, no teníamos presión y entre todos armamos las cajas y la mesa de votación, no hubo otra actividad por hacer.
Aquí no se tuvo que sustituir a nadie del equipo, todos estuvimos a tiempo y trabajamos sin descanso, pero, a pesar de eso, comenzamos hasta las 8:45 h. Seguramente habrá casillas que iniciaron a tiempo. Sería interesante saber cómo lo hicieron, nada más por curiosidad.
En la fila había de todo, personas desesperadas unas, sonrientes otras, los que esperaban su lugar y los que querían adelantarse. Comenzamos a ver la forma de lograr que fluyera la fila, pero las indicaciones de que no hubiera gente con papeleta en la mano esperando a votar hizo que la sensación de retraso en la fila aumentara. Espiábamos los movimientos de los votantes y en cuanto veíamos que iban a dejar la mesa (¡una sola!) dábamos la indicación para que pasara el siguiente. Lo de una mesa fue por la sana distancia, pero con dos o tres mesas hubiera fluido más rápido, solo hubiéramos separado las urnas o hecho una fila supervisada para que votaran, pero bueno, ya saben, el “hubiera” no existe.
Cada cierto tiempo se higienizaba la casilla, gel antes de votar, gel después. De pronto veo que viene muy orondo en la fila, un señor que se resiste a cubrirse, le entrego un cubrebocas y le pido que se lo ponga, lo toma mientras hace un gesto, tengo que insistir, muy desganado accede finalmente.
La desesperación avanza conforme aumenta la temperatura. Me dicen que algunos se fueron, espero que se atrevan a volver, votar debería ser como comprar un boleto para un concierto o un juego de futbol, donde la fila no importa si al final se logra el propósito.
El sol nos alcanza y movemos la mesa hacia el techo de lámina para que más votantes esperen a la sombra. Hago un recorrido para pedir paciencia. Algunos me sonríen y me animan, otros solo esperan que eso no signifique que tienen que esperar más.
Otro factor que determina el ritmo de la votación es que en esta colonia viven muchas personas mayores. Ellos demuestran su interés y permanecen parados en una fila especial o acuden en sillas de ruedas, con andaderas, con bastón, quieren hacer oír su voz. Además, tomarán su tiempo para votar. Sin presiones.
Alrededor de las tres de la tarde la fila comienza a disminuir. A partir de entonces, así como van llegando, pasan a votar. Todos somos vecinos, en eso me reconoce uno y lo saludo. Orgulloso me presume sus 90 años. Me dice su hijo que, desde la mañana, él ya estaba listo. Con él viene su nieta que votará por primera vez. La felicito. Estoy convencida que es un momento memorable y como tal, su padre le ha dado un lugar especial ¡De eso se trata!
Como algunas de mis amigas saben, yo no sé mucho de política, escucho para aprender, leo y trato de estar informada, sin embargo, lo que siempre me ha quedado claro es que votar es un ejercicio de libertad; pienso en la gente que enfrentó batallas y hasta perdió su vida para lograrlo; parece increíble que, quienes podemos, no hagamos el esfuerzo.
Muchos papás vienen con sus hijos que, curiosos, observaban el proceso. Mando un mensaje a mis amigos. Lleguen antes de las 6 de la tarde. Nuestro tiempo mexicano. Las 6 de la tarde, no son las 6:01, las 6:10 o pasaditas las 6. Lo siento por los que llegaron después de esa hora y ya habíamos comenzado a cancelar las boletas. Se acabó su tiempo.
Lo cierto es que tenemos que buscar medios para lograr que todo fluya mejor, pero también como ciudadanos, debemos estar conscientes que personas como nosotros son las que participan en la casilla, que lo hacemos con gusto y que, como el domingo, estuvimos contando votos en el sol y luego en las penumbras, alumbrados por un celular. Que hubo casillas que estuvieron en algunos otros lugares con condiciones menos favorables, pero siempre con el propósito de lograr el espacio para que la gente votara.
En esta casilla no hubo incidencias, los representantes de partido y los observadores estuvieron atentos. Al finalizar el conteo eran ya casi las once de la noche, y el aire refrescante se negaba a llegar. Agua, refrescos y refrigerios hicieron más leve el día, sin embargo, ya urgía un buen baño, pero todavía faltaba llenar las actas. Creo que necesitábamos un curso intensivo solo para eso. La indicación era que se podían ir llenando en el transcurso del día, pero ahora sí hubo votantes, así que hasta la noche se terminó el trabajo.
La bolsa que va dentro de la otra bolsa, donde también va el sobre… quienes guardan la papelería no se quieren equivocar, así que “despacio que voy de prisa” revisan que vaya todo correcto. ¿En qué podemos apoyar? ¡Los ojos de todos están en el proceso y en el reloj! Me dicen que hay que llenar un letrero y una lona que se pone afuera. ¡Me apunto! Ya a esa hora comienzan a surgir algunas bromas. Me encanta sentir el marcador deslizándose, si bien me queda claro que no hay margen de error. Hemos firmado tantos papeles, funcionarios y representantes, que me arrepiento de no haber cambiado mi larga firma, hace unos buenos años.
Entregan las constancias, cerramos cajas y nos distribuimos, dos a la estatal y dos a la federal. Me toca la estatal, con la presidenta. Nos reciben rápido, nos ayudan con el diablito que lleva las tres cajas con votos: presidente municipal, gobernador y diputados locales. Al entregarlas sentimos la alegría del trabajo superado. Todo bien encintado y firmado. Son las 1:20 de la mañana. Tomo la foto del registro y otra para mi historia.
Nos ofrecen un refrigerio que aceptamos gustosas y listo, rumbo a casa, sin embargo, mantenemos comunicación con nuestros otros dos compañeros que comentaron estaban todavía en fila ¡y que se desocuparon a las 2:20!
Estamos contentos con el resultado, y en el caso de nuestra casilla con una votación de casi un 70% del padrón. Pero lo más importante —y que todos los que fuimos funcionarios de casilla no debemos olvidar— es que participamos, no nos quedamos sentados diciendo que no pasa nada en el país, no nos quedamos viendo desde la barrera descalificando el proceso. ¡Actuamos!