Por: Fernanda Mata

 

Creer que no hay verdades absolutas puede ser el principio de tus principios. Si nos sustentamos en esta “verdad”, podríamos tener esa claridad de que NADA de lo que me han dicho, de lo que han querido inculcarme, de los estándares predeterminados que han marcado a la sociedad, son el único reglamento que pueda regir mi vida y lo más divino es que, estar consciente de ello, me da una paz tremenda; es luz para nuestro caminar saber que no todo lo que se señala como el “deber ser” sea la fórmula absoluta que me conduzca al éxito. Tener la opción de poder romper con los estándares y reglas impuestos por otros, me produce una sensación de rebeldía que saboreo cual niño haciendo travesuras esperando no ser cachado por su mamá ¡era adrenalina pura!

Lo anterior aplica para todo, pero permíteme ser más específica con lo siguiente. Déjame citar textualmente algo que me topé en la red y que, si bien ya venía asimilando esa postura de hacerme cargo de mí con todo y mis decisiones y consecuencias, esta filosofía de vida vino a reafirmar lo conveniente que es hacerlo como hilo conductor a eso tan añorado, ansiado y envidiado por muchos y trabajado por pocos: la felicidad…tu felicidad.

“Mi felicidad no depende de lo que tú me preguntes, depende de lo que yo te conteste. Esa es mi felicidad. Mi felicidad es decirte “te amo”, no esperar a que tú me digas “te amo”. Y siempre los seres humanos estamos tratando de ver que la felicidad de los demás sea la nuestra ¿cómo por qué? Si somos individuos, somos in- di- vi –dua- les pero, a fuerza nos queremos estandarizar, nos queremos poner en una línea, en una categoría, en un grupo; siempre ese deseo de pertenecer a algo y le queremos poner nombre a todo…” -JCN-

Poco, pero sustancioso, me parece que en esas palabras hay más fondo que forma y comparto totalmente la iniciativa de tener autonomía de idea, emociones, decisiones y posturas, mismas que sean creadas desde mi convicción y no desde la moda social. Bajo este criterio, creo firmemente en que puedo elegir mi propia fórmula para ser feliz e incluso, hasta de no compartirte la receta ¿por qué? Porque lo que te hace feliz a ti, quizá no sea lo mismo que a mí; lo que sí puedo es platicarte sobre mis experiencias y los ingredientes que he tomado para tal receta.   La felicidad es tan relativa como la teoría de Einstein, tan subjetiva, tan inesperada que no hay una métrica que logre distinguir los criterios en común; es totalmente intrínseca, está basada en los propios principios que tú le impusiste a tu propia vida para lograr tus fines que te aseguro, no los mismo de tu vecino… es filosofía individual. He aquí la sensación de rebeldía que te platicaba en párrafos atrás y, sin exagerar, significa que en doscientos millones de personas hay, doscientos millones de definiciones distintas sobre felicidad.

La pregunta es cuándo será conveniente esa rebeldía. En mí, me ha funcionado sentir y pensar que la respuesta está en que conviene ser indócil siempre y cuando mis decisiones que no empaten con los cánones impuestos, no rompan al otro, es decir, no invadir el estándar de lo que él cree. A eso también lo podemos llamar respeto.

La rebeldía también debiera tener un límite, además de tener siempre un propósito, la rebeldía colectiva también es válida. Hacer simbiosis colectiva para reanimar las caras largas de las personas, también es una necesidad sentida y urgente, es imperativa.

Llámame interesada, pero me conviene hacer que el otro se sienta feliz para que deje de joder al prójimo, conviene crearle un mundo de risas y no de burlas, de dolor de estómago por una buena carcajada que por un derrame de bilis por coraje…

Solo tú determinas la calidad de tus emociones y la felicidad es una emoción del mismo tamaño que cualquier otra llámese tristeza, ira, angustia, porque la dimensión y el peso lo pones tú; así que si te sientes muy muy feliz es por tu decisión y, si te sientes muy muy muy infeliz también habrá sido por elección, ¡el tamaño sí importa! claro que importa, porque éste le dará la dimensión justa del cómo será tu día, tu mes, tu año o tu vida. Los físicos envidiosos dirán que el tamaño es directamente proporcional al tiempo que durará. ¿Será?