Por: Fernanda Mata

Hoy hay un pueblo vestido de luto. La reina ha muerto y con ello, las hojas de los libros de historia están listas para ser llenadas; con el deceso, muere también el título nobiliario para dar paso, según su protocolo, al sucesor; tras su fallecimiento, inicia la nueva vida que imperativamente le ha tocado vivir a su descendencia, lo mismo que ocurrió con ella…

Sin duda es un hecho relevantemente trágico y con demasiadas y, simultáneas implicaciones políticas y burocráticas para una nación y el mundo entero. Los medios de comunicación comienzan a tomar partido, el humor negro se apodera de las redes y da paso a comparaciones a través de memes, reels y demás armas digitales. El pueblo rinde homenaje afuera del palacio mientras que, dentro de él, se gestan nuevas figuras esperando ser poseedoras de las próximas coronas.

Sin ser ajena a la tragedia de la pérdida de un familiar, mientras veía la noticia en los distintos medios, me conmovía ver el futuro obligado que les depara a los hijos de los ahora príncipes, incluso a ellos mismos o al propio hijo de la reina, en fin, me puse a pensar en la ruta de vida que ya les habían decidido solo por nacer en las sábanas de un reino; reflexionaba sobre lo valioso que es poder vivir con la reina de todas las virtudes: “La Libertad”. Me puso en jaque la idea de lo poco que había valorado poder tener autonomía y capacidad de decidir sobre el destino que quiero para mi vida, oportunidad que ahora veo, no todos tienen. Créeme, no había visto con tanta claridad a lo que para muchos es lo más preciado, su libertad.

No entraré en polémicas de si los nobles están o no de acuerdo con vida, si es justo o no nacer en esa cuna, si nos compadecemos o les envidiamos su jerarquía y los derechos, obligaciones y beneficios que esto marque en sus vidas; enfatizaré sobre las condiciones naturales a las que están inmersos al nacer allí. Condiciones en las que poco pueden decidir, a menos que se renuncie al título; condiciones que están marcadas por un manual del buen decir, el buen hacer, el buen callar, el buen obrar o hasta tener el poder suficiente para decidir voluntariamente. Qué impactante es saber que tu vida ya está planeada antes de nacer, que tu futuro está resuelto, sin embargo, y aunque muchos añoren esa vida “aparente resuelta”, se queda en último lugar lo que su corazón realmente quiere, es decir, sin su majestad la Libertad, no pueden decidir sobre muchas cosas; olvídate sobre las más básicas como vestir, a dónde pasear, qué hobbies practicar, etc… sino qué le mueve hacer desde su pasión más profunda como niño y como adulto, qué carrera le gustaría estudiar, dónde le gustaría sentirse profesionalmente aprovechado, dónde hacen falta sus talentos, en lugar de dónde “debe” acomodarse de acuerdo al sitio que le corresponde del organigrama de la realeza.  Es una realidad aparentemente cruda, pues es como poner de orador a la persona que le da miedo a hablar en público y decirle: ¡Es lo que te tocó chavo!

Por todo esto, mientras más veía a estos niños en las noticias, más me cuestionaba sobre lo sucede después de la muerte y sobre lo que ocurre con su libertad… ¿Qué muere cuándo te mueres? Muere tu cuerpo, muere tu espíritu, nace tu legado, nace el recuerdo… es decir, lo que siga después de la muerte, no depende del difunto sino lo que el vivo quiera hacer con lo que representó él en vida y en la vida de cada uno. Por ello, la muerte como la vida son tan relativos como para quien cree que un líder de nación es, por siempre, un ejemplo a seguir. La misma relatividad está en suponer que el apellido te dota de las mismas habilidades y talentos y aunque, la genética puede influir un poco, siempre habrá el factor sorpresa en el mundo misterioso del comportamiento humano por individual.

¿Qué ocurre cuando muere la reina: tu libertad? Cuándo muere tu libertad en cualquier expresión en la que se pueda mostrar; en la libertad de hablar, de actuar, de moverte, de expresarte, de identificarte, de ser y hacer… ¿Qué pierdes cuándo dejas de ser libre?

Ahora entiendes por qué para nuestro México, como pueblo, es tan merecido homenajear cada 15 de septiembre, desde hace poco más de doscientos años, ser una nación libre y soberana, una nación donde la libertad se ha querido marginar matando, robando, censurando y aun así, nos sigue quedando voz para gritar VIVA MÉXICO.

Mi cabeza sigue con ideas confusas y entre tanta duda, me quedo con la creencia que, de tantas realidades alternas por idiosincrasia, por cultura, por tradición o cualquiera que sea el motivo, todo lo que tú atesores como tus privilegios individuales, no los comprometas por tentación, avaricia, o cualquier otra razón que te haga apartarte de tu reino, de ese donde tú llevas la corona y en donde te sientes grande y poderoso por el simple hecho de tener de tu lado la virtud de la libertad.

Moraleja… peléala, consérvala, atesórala… cuida que no muera tu reina.