Segovia Sofía. Peregrinos. Lumen, México, 2018.
Todos somos peregrinos
Por Luz Aurora Fierro
En los relatos sobre la II Guerra Mundial tendemos a tomar partido y hablar de “buenos y malos” así, en muchas historias, los alemanes son ubicados en la segunda categoría.
¿Cómo establecemos esta distinción? ¿Sabemos cómo transcurría la vida de quiénes formaban parte de Alemania? ¿Qué pasó con los prusianos que se vieron desarraigados, al saber que no se podían quedar en sus tierras, ante el avance de los rusos, pero que tampoco eran bien recibidos por las familias alemanas?
Peregrinos, de la escritora regiomontana Sofía Segovia plantea, a partir de las vivencias reales de Ilse Hahlbrock, esa “otra historia” de la Segunda Guerra Mundial: el punto de vista de los perdedores. Aunque, finalmente, en una guerra todos resultamos perdedores.
Durante la lectura del primer capítulo, no me sentí atrapada por la historia. La narración de un recuerdo de Ilse sobre sus exploraciones infantiles, me pareció sin repercusiones, pero a partir del segundo capítulo cambió mi percepción y literalmente me convertí en un testigo participante y ya lo que necesitaba era el tiempo para ir descubriendo a cada uno de los personajes y su destino.
Mediante el relato de la vida de dos niños que no se conocían: Arno Schipper e Ilse Hahlbrock y sus familias, fui conociendo las costumbres y maneras de pensar de un pueblo prusiano que consideraba la tierra donde vivía como suya y donde todo parecía discurrir sin mayores problemas…hasta la aparición de Hitler.
En Peregrinos, hay momentos en que la autora elige emplear la repetición de ideas o palabras, recurso que entendí no era gratuito, así que dejé de lado mi estado “corrector” para pasar al disfrute de esta prosa poética.
Un elemento común con los libros anteriores de Sofía Segovia (El Murmullo de las Abejas y Huracán) es la aparición de un personaje lleno de imaginación, historias y magia que nos atrapa desde un principio: Janusz, joven polaco obligado a trabajar en la finca de Ilse.
No faltaron destellos de humor que en medio de tanta tragedia, sirvieron como un remanso, un descanso a los sentimientos que tenía a flor de piel. Unos pocos, suficientes.
Y hubo muchos de tristeza. Quería ser como los personajes de las dos familias que insistían en que no debían llorar, busqué dónde guardar mis lágrimas, pero decidí que lo mejor era dejar que salieran, silenciosas, de manera que mis sentidos descansaran y me permitieran continuar.
Leí más de medio libro en una sola sesión, así que mis sentimientos literalmente fueron atropellados por las acciones de los protagonistas. La sensación de urgencia para escapar, abandonar a personas queridas, dejar el hogar; luego, al testificar tanta injusticia… ¿alguien dijo que la guerra era justa?; el cruel enfrentamiento a los campos de concentración, una verdad que todos sabían pero que no se atrevían a aceptar; y la pérdida repetida, una y cientos de veces.
Los datos históricos y los dos personajes reales no me permitieron refugiarme por completo en la ficción.
Viví con cada uno su peregrinar, su amor, sus vínculos familiares, su fuerza interior, la propaganda, la destrucción y construcción de una nueva realidad, la pérdida y los encuentros, los arrullos y las pláticas, y sobre todo muchas decisiones; así, sin calificar, ni buenas ni malas, sólo decisiones.
Al final, “Lo importante era estar donde fuera, pero vivos y juntos…”