Por: Fernanda Mata
¡Impecable! Vestido de traje y corbata, bigote recortado, peinado con un muy buen gel fijador, de vocabulario basto y voz bien modulada, actitud sobria; a simple vista prometía ser ejemplo de líder, era el vivo retrato de “El padrino” y era mi jefe.
La historia, que pintaba para ser muy buena, dio un giro inesperado cuando empecé a ver que mi jefe tenía por afición sembrar miedo entre su equipo pues su dedo, cual pistola, apuntaba a cada uno de nosotros para dar las respectivas órdenes del día y en el entendido que debían seguirse sin importar cuan arbitrarias e inverosímiles parecieran. Sí, ese era mi jefe con “J” y cualquier parecido con el tuyo, es mera coincidencia.
Para él, el talento, sugerencias y virtudes de su equipo era necesario tenerlas bajo llave y escondidas en su escritorio y sin que destacara ninguna por encima de las de él. Su escuela, la que siempre había visto en sus modelos de jefes, le indicaba que cualquier acto solidario, empático o afectivo para con los demás, era como traicionar el disfraz que se le había conferido, ese que llevaba escudo y armas, además de ínfulas de superioridad, soberbia y control. En fin, los ejemplos del maltrato e injusticias laborales luego te las cuento, mejor vayamos al detalle de la emoción y el sentimiento que provoca en una persona o un equipo cuando se lidia con un jefe con “J”
Podemos estar dotados de sabiduría, de experiencia, de títulos, pero sin habilidades socioafectivas, inter e intrapersonales, no funciona NADA. Hoy en día, el modelo de liderazgo ha tomado otro rumbo mucho muy apartado de lo que en libros de negocios se conoce como anti-líder, el monstruo de la organización. En los nuevos tiempos, ya hay un rediseño muy interesante del nuevo constructo de líder/guía/facilitador o como le queramos llamar.
No sé si hay una modelo de liderazgo correcto que funja como directriz de cómo reencarnar en buen jefe pues hay tantas fórmulas sobre él e incluso muchas probadas en grandes empresas que pareciera que sí funciona, sin embargo, le voy más a la idea de que más que apropiarte de un paradigma tiene que ver con quien tú eres y cómo te vacías a los demás, pero, independientemente de la fórmula que se adopte para serlo es que, está comprobado que el individuo incrementa sus niveles de productividad, sentido de pertenencia y automotivación cuando le son enaltecidas sus virtudes. Una persona deja ver sus talentos cuando le es creado el voto de confianza para mostrarlos y lejos de la vanidad, la soberbia, la envidia y/o la inseguridad de parte del compañero encargado del equipo.
Preguntémonos: ¿qué espacio le ofrecemos a los que están a nuestro alrededor? En un ejercicio de empatía me he puesto a pensar cómo hago sentir o qué ambiente le provoco a los que me rodean. No tiene que ver con cargos, posiciones, organigramas pues todos, en algún momento o con distintos grupos sociales tenemos un “puesto distinto”, en algunos nos tocará ser el jefe (como el de papá o mamá) en otros, el compañero, pero en todos puedo pintarles o crearles un día distinto con lo que digo o hago.
Cuando se ha decidido romper con un sistema, es porque quienes lo conforman han volteado a ver otros distintos que le han permitido discernir entre diferentes realidades y tener un punto de comparación para poder elegir en dónde y con quiénes quieren estar o trabajar.
Confieso que me gusta de pronto retar al sistema, provocar el cambio de lo tradicional, romper con la autocracia en la que, por cierto, por muchos años me permití vivir, pero después de una reunión en la que me tocó ser invitada, Bárbara Barragán (Psicoterapeuta especializada en logoterapia existencial) y si bien, ya había experimentado tener un líder sumamente virtuoso, con la plática que ella nos regaló terminé de convencerme de la importancia de ser un buen jefe o de tenerlo y, de decidir qué ambiente me regalo y le regalo a los demás. De verdad, es agobiante tener que despertar todos días con el desgano de ir a trabajar y ver con qué cosita saldrá mi jefe o esa persona que le encanta estar friegue y friegue all day, llámese mamá, amigo o hasta yo mismo… en fin, lo fascinante es que en esa reunión entre dinámicas, retroalimentación en los grupos pequeños de trabajo que se formaron y apuntes tomados a lo largo de la conferencia, coincidimos en que los “Jefes” tiene la bella consigna de trabajar desde el privilegio de ser cabeza unido con la enorme responsabilidad de poder, desde arriba, transformar realidades y resultados a través de la filosofía del trabajo colaborativo, en donde la suma de talentos será equiparable a la suma de buenos resultados. Por lo mismo, propone dejar de ser jefes con “J” y ser Gefes con “G”. Ser Gefes, aplica para quien, de sus palabras y decisiones, dependan las acciones y sentimientos de otros, es decir, tenemos el gran compromiso y la digna opción de ser gefes con G, ser auténticos generadores de felicidad.
Desde la egolatría, la lucha de poder o la soberbia, se pierde la oportunidad de que mentes y corazones brillantes, aporten y sumen sus virtudes para desahogar la chamba individual y potenciar los resultados, pero esta es una plática que los líderes autocráticos no están listos para tener, porque esto no está peleado con la firmeza, el temple y rudeza que se requiere para guiar un barco, pero es muy distinto el tono con el que nuestras palabras pintan la vida de los demás.
P.D. nada personal, nada literal y siempre considerando que no todos los “J” son así…
“Gueno”, me despido esperando de la G nos acompañe y nos abrace lo grande, lo grupal, la gracia, lo ganador, lo gallardo, lo gracioso, lo genuino, la generosidad y la gratitud.