Por: Fernanda Mata
El inocente en la cárcel y el criminal en las calles; no subió al avión que se estrellaría horas más; ahora estoy 20 kilos arriba de mi peso por no cerrar la boca; soy parte del grupo selecto de astronautas mexicanos por no escuchar los “no la vas a hacer en esa carrera”, en fin… las historias se cuentan solas después de tomar una decisión.
Qué complejo es tener discernimiento, pero aún más, qué difícil es poder identificar cuál es el tope, hasta dónde hacerlo repetidamente para que se cumpla lo que quiero lograr, es decir, si quiero llegar alcanzar algo y la alternativa que elegí no me llevó a él ¿cuántas más debo intentar? ¿hasta dónde puedo “necear” para cumplir con mi meta? ¿cuántas veces tengo derecho a equivocar el camino?…
De por sí, la propia decisión tiene una naturaleza inesperada e incierta, cuantimás se vuelve una expectativa enorme el saber qué pasará después de elegir algo. Hasta pareciera que la decisión tiene un toque femenino; es intuitiva como instintiva, tan cruda como bondadosa, suele ser insistente e incomprensible, tiene su periodo de vulnerabilidad y aplomo. La decisión está recargada en la esperanza y si no, pregúntale a tu tía que juega el mismo juego, en la misma máquina, en el mismo casino, todos los días, esperando que caiga el premio gordo.
En ocasiones nos sentimos tan inexpertos o nuestra autoconfianza anda medio distraída que pedimos se nos conceda la capacidad de poder tomar decisiones porque asumimos que el que no lo hace, vive en el estancamiento, en la rutina, en la mediocridad y es una persona poco “echada pa´adelante”, sin embargo, todos tenemos poder de elección, lo que no se nos da mucho es hacerlo con confianza y atinadamente. Pausa aquí, hablo de decisiones trascendentales y conscientes, esas que impactarán y determinarán mis distintos rumbos; porque decisiones como tal, se toman desde que abro los ojos y me encuentro con el dilema de tomarme cinco minutitos más para levantarme, cuando veo mi clóset y pienso qué ponerme, si estudio o no estudio para el examen, buscar la ruta con menos tráfico camino al trabajo, etc. El ser humano toma alrededor de 35,000 mil decisiones al día de forma automática y solo el 1 % de ellas son conscientes. ¡Pobre cerebro, lo traemos en friega!
Tienen forma de “y griega”, lo que abre una puerta terrorífica a la incertidumbre que nos lleve a cuestionarnos cosas como: ¿para dónde jalo? ¿cómo saber cuál es la mejor decisión? No nos hagamos, a veces quisiéramos que no hubiera opciones, para no hacernos responsables de lo que elegimos porque es más fácil decir “es lo que hay” y no, permíteme decir que no. Tan simple es ver a la “Y” con forma de dos problemas, como con la forma de dos opciones que probablemente, solo una de ellas será la que cumpla con el perfil para saciar/ sanar/ cubrir una necesidad o situación.
De una vez anticipo que no tengo fórmula ni recomendación para hacerlo asertivamente, pero sí les invito a seguir leyendo, esperando que juntos podamos experimentar la sensación de calmar la expectativa de adivinar el futuro tras una decisión tomada.
Bueno, pues está claro que el tema de hoy es Doña Decisión, si no pues, cuenta las veces que lo he escrito (también puedes decidir no hacerlo o puedes decidir compartir mi artículo o decidir torcer los ojos como diciendo irónicamente “qué graciosa”). Retomando con seriedad, la Doña no es la protagonista de mi escrito, es la Señora Necedad; pues tomar una decisión es lo ordinario, lo extraordinario es atinarle, pero lo realmente fuera de este mundo, es tener la habilidad de saber detectar hasta dónde conviene parar y dejar de insistir para no caer en la falsa necedad.
La necedad también tiene sus imitadores, a veces, puede llamarse perseverancia, puede ser persistencia o hasta rogona. Tiene muchas definiciones y ninguna está mal pues, todo depende del cristal con que se vea. Así como lo hemos visto en el ejemplo de los millones de intentos que se hicieron previos a la invención del foco o, la amiga que por creer que el amor todo lo puede, el novio golpeador iba a cambiar después de casarse, ahora está en el hospital con múltiples fracturas, pues también, podemos identificar la diferencia que está en el qué si vale la pena o no luchar hasta desgastarte. Identifica el objetivo, no el proceso. Identificando el objetivo y lo que éste representará a tu vida, es lo realmente valioso de trabajar y no las decisiones, porque sabemos que éstas, después de tomarlas, no podemos adivinar el resultado ni con la mejor vidente del mundo. Así que, si escuchas en repetidas ocasiones que no dejes de intentar algo hasta que lo logres, no está mal. No pierdas foco del objetivo, disfruta el proceso y no te mortifiques por lo que todavía no pasa. No estoy menospreciando la importancia de luchar hasta conseguir lo que queremos, no, hablo de la importancia de saber detectar en dónde parar para no forzar lo que, por distintas condiciones, no se va a dar. Y justo esto, es lo que se tiene que agradecer, sí, sí y sí, hay que saber agradecer también, lo que no se da. El día de mañana, tú solito te responderás el por qué no sucedió como lo esperabas.
Te comparto esto que oí: Si tienes que forzarlo, es porque probablemente no sea de tu talla. Aplica para zapatos, ropa, personas y emociones.
Quizá ahora te haga más de sentido hablar de toma de decisiones, pues en esta necedad de querer conseguir algo es cuando, sin saber dónde frenar, comenzamos a forzarlo para que suceda y entonces estaremos provocando que el final de la historia no sea la que esperamos.
Por ahí leí que las decisiones no se toman con el corazón ni con la cabeza, se hacen desde la vibra, la intuición, desde la voz interna que te dicta el camino. La verdad es que no lo sé, todas las teorías son válidas pero mi favorita de todos los tiempos y que hasta hace muy poco asimilé es “A huevo, ni los zapatos entran”.