Por: Fernanda Mata
Veo las noticias y no dejo de asombrarme de las historias de terror en donde pareciera que hay cinco mil quinientos setenta y nueve millones de mundos y realidades distintas, aparte del que conozco, sin exagerar. Hablando con seriedad, veo en los diversos medios de comunicación los sucesos diarios alrededor del mundo y, créeme, me quedo fría de la capacidad que podemos llegar a tener como seres humanos para hacernos daño; en cada nota, nos volvemos críticos “expertos” de lo que pasa en la vida del villano, lo acribillamos y maldecimos con nuestros juicios y lenguaje florido, mientras otros, en el iceberg de la indolencia, sólo pasan de canal sin hacer mueca alguna de la tragedia hecha una nota roja.
Lo cierto es que, en nuestra aparente indiferencia y esa actitud de desentendernos de las problemáticas ajenas con la falsa idea de que no nos afecta o que de que no tuvimos que ver con eso, siguen pasando todos los días muchas más desgracias de lo que a un noticiero le alcanza para mostrar. Los más penoso es que, como te platicaba, pensamos que no tenemos corresponsabilidad con todo lo que sucede, y déjame decirte que vivimos en el error asumiendo que no somos parte del problema y mucho menos podemos modificar la realidad en la nos tocó vivir.
Así enfrentamos una realidad que crece desmedidamente en la estadística de notas “malas-rojas” con ello, no puedo evitar que mi cabeza loca se active en “mude detective” y pensar que lo que está en incremento es la cantidad de almas perdidas dispuestas a dañar al prójimo o que a favor del rating de un noticiero, vende más una tragedia que una alegría.
No me meteré en resolver ese enigma sino en promover el ejercicio de la autoevaluación y el plan de acción que podemos hacer para revertir esa realidad. A todos nos ha tocado ser víctimas de la mala praxis de los valores de “alguien”, es decir, alguien nos ha dañado a nosotros o a uno de los nuestros y justo en este punto es a donde quiero llegar, a re valorar el propósito que tenemos como seres humanos en nuestro paso por la vida pues, en la crudeza de la realidad, vemos una carencia social anteponiendo al “yo” más que al “nosotros” .Es decir, siempre seremos nosotros primero antes que el otro pero, solo bajo el precepto de que para ayudar al otro, se necesita estar bien uno, pero si en la fórmula de vida no está el “otro” como parte de tu formación integral individual, tenemos un resultado egoístamente disfuncional. En otras palabras, dicen que el ejemplo arrastra y pongo sobre la mesa esto: qué vio que hoy lo repitió. Esto aplica tanto para valores y habilidades como para los delitos y sus detalles.
¿De qué estamos careciendo como humanidad? Me pregunto.
Y si queremos reflexionar aún más, podemos cuestionarnos desde la plataforma de la responsabilidad compartida y la solidaridad ¿Qué me toca hacer a mí para contribuir a que las personas con las que me relaciono e incluso con las que tengo el compromiso de formar, sean seres de bien y no los que aparecen hoy en las noticias?
Son tantas las preguntas y tan pocas las respuestas pero, el hecho es que hoy, seguimos contando los difuntos, desaparecidas, violentados y oprimidos por no asumir el papel de acompañar y formarlos como me correspondería hacer y no nada más con los parientes.
Soy madre de una adolescente. Creo que nunca había sido tan angustioso serlo por el hecho de saber que cuando sale a la calle, no pueda sentirse respaldada por con un sequito de personas, desde el cuidador de carros, el policía, el chofer de camión, el taxista, el guardia del bar, el taquero o el conductor que transite por esas calles; para que funcionen como guardaespaldas, no importando qué sexo, edad o identidad tenga. No, no sentimos ese alivio de saber que en el mismo espacio en donde caminamos, el peligro no será opción. Cuando hablo de Responsabilidad compartida, del trabajo en conjunto, del efecto domino del que podemos ser parte, cuando en nuestro coctail de elementos formativos para con nuestros hijos, agregamos el valor de la conciencia colectiva (de ayudarnos unos a otros) para demostrar que sí es cierto que puedo influir en el comportamiento de las personas, por ejemplo, enseñando a mis a alumnos o a mis sobrinos a respetar a la mujer o predicando con el ejemplo de la integridad y la honestidad para que el día de mañana mi hijo no sea el “captado por las cámaras por robo”; cuando hablo de Responsabilidad compartida, también lo hago haciendo referencia que en mi deber ser como formadora de ciudadanos (mamá, papá o quién funja como tutor de los hijos) lleve en su mochila de cualidades: tolerar la diversidad no solo para una bandera colorida, ser personas inclusivas pero no solo de la orientación sexual sino moral también, el de respetar el fondo de los individuos más que sus formas, para que en unos años más, todo este trabajo colaborativo para repararme a mí y a los míos, se vea manifestado en el franco descenso de aquella estadística cruda de la nota roja ¿Por qué? La respuesta es simple. Un auto averiado siempre tiene la opción de cambiar las piezas por una refacción nueva para echarlo a andar de nuevo, lo mismo pasa para una persona.
Hagamos una especie de eutanasia moral, enterremos todo lo podrido que no me deja pararme en lugares donde se proclame buen ejemplo; sepultemos los desatinos y demos vida a la conversión de nuestra alma. Preparémonos para que de aquí en adelante vivir en la imperturbabilidad de sabernos una sociedad en proceso permanente de reconstrucción tanto, que para cuando llegue el momento de ser llamados a gozar de la vida eterna, en nuestra nueva tumba no quepan ni nuestros errores, ni cuentas por pagar, ni mis remordimientos. Hagamos borrón y tumba nueva.